Nos avergüenza más admitir que tenemos un problema personal que un problema profesional. Decir que estamos agotados por el trabajo es casi una insignia de honor, pero confesar que estamos tristes o frustrados suena a debilidad. Alardeamos de nuestro estrés laboral como si fuera una prueba de compromiso, pero ocultamos nuestras emociones reales por miedo a ser juzgados.
Así es como empieza el burnout. No con exceso de trabajo, sino con exceso de máscaras. Sonreímos cuando estamos al borde del colapso. Decimos «sí» cuando queremos gritar «no». Fingimos que todo está bajo control hasta que el cuerpo y la mente nos pasan factura.
Burnout: cuando la máscara se cae
El burnout no es solo cansancio. Es un agotamiento profundo que consume la motivación y la identidad profesional. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el burnout se caracteriza por tres síntomas clave:
- Agotamiento extremo: No importa cuánto duermas, sigues sintiéndote drenado.
- Despersonalización: Desarrollas una actitud cínica y desapegada hacia el trabajo y las personas.
- Ineficacia: Sientes que no importa cuánto te esfuerces, nada es suficiente.
Un informe de Gallup reveló que el 76% de los empleados experimentan burnout en algún momento de su carrera, y el 23% lo sufre de manera frecuente. Lo peor es que muchas empresas aún lo ven como un problema individual, cuando en realidad es un síntoma de una cultura laboral tóxica.
Otro estudio de la American Psychological Association encontró que los empleados que reprimen sus emociones en el trabajo tienen un 32% más de probabilidades de experimentar burnout. Esto no es sorprendente: fingir que todo está bien requiere una energía emocional inmensa.
El problema de normalizar el sufrimiento
Parte del problema es que hemos normalizado la fatiga como un símbolo de éxito. Se nos enseña que pedir ayuda es una señal de debilidad, cuando en realidad es un acto de valentía.
Así que seguimos adelante, sin pausas, sin descansos, acumulando estrés como si fuera una métrica de desempeño. Nos sentimos culpables por necesitar un respiro, por decir «no puedo más», por ser humanos en un mundo que premia la sobre exigencia.
Pero el verdadero problema no es el trabajo duro. Es la desconexión con uno mismo. Trabajar sin descanso es insostenible, pero trabajar sin autenticidad es insoportable.
¿Cómo romper el ciclo del burnout?
Si reconoces que llevas una máscara todos los días, es momento de actuar. Aquí hay algunas formas de empezar:
- Aprende a decir no: No todo merece un “sí”. Poner límites no es egoísmo, es autocuidado.
- Habla de lo que sientes: La vulnerabilidad es una fortaleza. Comparte tus emociones con personas de confianza.
- Deja de glorificar el estrés: El agotamiento no es una medalla. Prioriza tu bienestar antes de que tu cuerpo lo haga por ti.
- Haz pausas intencionales: No esperes a estar colapsado para descansar. El descanso no es un premio, es un requisito.
- Sé auténtico: La perfección es agotadora. Permítete ser humano, con días buenos y días malos.
Porque al final, el éxito no es cuánto puedes soportar antes de romperte, sino qué tan bien te cuidas para seguir avanzando.