Vivimos en tiempos donde parece que la única verdad válida es la nuestra. Queremos que los demás se ajusten a nuestra forma de ver el mundo, y cuando no lo hacen, imponemos nuestras creencias o los rechazamos. La consecuencia de este comportamiento se refleja en todos los ámbitos, desde lo cotidiano hasta la toma de decisiones en empresas y gobiernos. Ni hablar de los debates polarizados sobre Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI), donde muchas veces el diálogo es reemplazado por la descalificación.
Este fenómeno no es nuevo. En la mitología griega, Procusto, hijo de Poseidón, era un malhechor que ofrecía posada a viajeros solitarios. Pero tenía una condición: debían encajar en su cama. Si el huésped era demasiado alto, le cortaba los pies y las manos que sobresalían. Si era demasiado bajo, lo estiraba hasta que llenara el espacio. Así operaba Procusto: moldeando a los demás a su medida, sin importar las consecuencias.
De esta historia, la psiquiatría acuñó el Síndrome de Procusto, que describe la intolerancia a la diferencia. Ocurre cuando alguien rechaza, minimiza o incluso castiga a quienes piensan distinto o desafían el statu quo.
El problema es que, cuando estamos convencidos de nuestra verdad, buscamos solo información que la confirme. La ciencia tiene un nombre para esto: sesgo de confirmación. Y es más común de lo que creemos. Un estudio de la Universidad de Stanford encontró que las personas tienen el doble de probabilidades de recordar datos que refuercen sus creencias preexistentes, incluso si la evidencia objetiva dice lo contrario.
El impacto de este sesgo en la toma de decisiones es real. Según un informe de McKinsey, el 70% de los líderes empresariales admiten que sus sesgos cognitivos han afectado negativamente sus decisiones estratégicas, muchas veces porque ignoraron perspectivas diferentes.
¿Qué podemos hacer para evitar caer en este patrón? En lugar de aferrarnos a nuestra verdad como si fuera absoluta, podemos aplicar el método científico: en vez de buscar pruebas que confirmen nuestras creencias, debemos intentar refutarlas. Si sobreviven a la crítica y al cuestionamiento, entonces realmente estamos en el camino correcto.
Acciones prácticas para gestionar la intolerancia a la diferencia
- Desafía tus propias ideas: En vez de preguntar «¿Cómo demuestro que tengo razón?», intenta «¿Qué pasaría si estoy equivocado?».
- Escucha con intención de aprender: Rodéate de personas con puntos de vista distintos y valóralos como una oportunidad de crecimiento.
- Cambia el algoritmo de tu mente: Así como ajustamos los algoritmos de redes sociales para ver contenido variado, expón tu mente a información que rete tus creencias.
- Practica la autoconciencia: Antes de descartar una opinión diferente, pregúntate si estás reaccionando desde la razón o desde el ego.
Aceptar la diferencia no significa estar de acuerdo con todo, sino entender que el mundo no cabe en una sola cama. Y menos aún, en la de Procusto.