Migrar es quizá el desafío más profundo que puede vivir una familia.
No es solo moverse. Es sentir que ya no eres del lugar que dejaste, pero tampoco perteneces al nuevo.
Y, sin darte cuenta, las amistades temporales se convierten en tu nueva familia donde no había nada.
Cuando me preguntan si vale la pena, respondo sin dudar: sí.
Porque migrar te enseña habilidades imposibles de forjar desde tu zona de confort.
En nuestro caso, como familia nos ha fortalecido y hemos visto que nuestros hijos han desarrollado una capacidad de adaptación y apertura mental que solo este viaje puede moldear. @JimenaFarai @SamuelEcheverri
Pero dejemos de lado la idealización: no es un camino de rosas.
Estar enfermo en un lugar donde no conoces a nadie, perder momentos familiares importantes desde la distancia, vivir con incertidumbre sobre dónde estarás mañana…
Eso también forma parte de la travesía.
Migrar es reconstruirte con lo que tienes y con lo que encuentras.
Es una mezcla dolorosa y hermosa de nostalgia y esperanza.
Aprendes a hablar con otro acento, sin perder el tuyo.
Recorres calles extrañas mientras tu memoria insiste en las de antes.
Migrar significa volar sin garantías, confiando únicamente en que, en algún rincón del mundo, volveremos a sentirnos en casa.
Migrar no es para todos, y no tiene por qué serlo.
Pero si estás evaluando dar ese salto o ya lo has dado, aquí van algunos tips que a mí me han servido:
- No trates de replicar tu vida anterior. No vas a encontrar la misma comida, ni los mismos amigos, ni la misma rutina. Y eso está bien. Estás construyendo algo nuevo, no clonando lo viejo.
- Haz de la curiosidad tu aliada. Explorar el nuevo contexto con ojos de aprendiz en vez de juicio te abre puertas que la nostalgia suele cerrar.
- Construye tribu, aunque sea prestada. Las relaciones no son reemplazos, son anclas. Así duren poco, así no hablen tu idioma, búscalas.
- No olvides de dónde vienes, pero tampoco lo uses como excusa. Tu historia es tu cimiento, no tu jaula.
- Y ten presente esto: migrar no te define, pero sí te transforma. Aprendes a llevar tu casa en el pecho, tu idioma en los gestos y tu identidad en las decisiones que tomas, incluso cuando todo lo demás es nuevo.
Migrar no es renunciar a tu origen. Es tener el coraje de construir futuro lejos de él.