Soy un defensor de los procesos sólidos. Sí, creo que la estructura es fundamental para ejecutar con excelencia.
Pero no, no necesitamos una política para cada actividad que hacemos en la oficina.
Vivimos en un mundo donde redactar políticas se ha convertido en deporte olímpico.
Y como todo exceso, pasa factura.
📊 Un dato relvante:
Según un estudio de McKinsey, el 30% del tiempo de los líderes se pierde lidiando con burocracia interna innecesaria.
Sí, un tercio del tiempo… en vez de liderar, están jugando “jenga corporativo” con procedimientos que nadie entiende y pocos cumplen.
Yo mismo lo viví: en una empresa donde la frase de guerra era
“¿Para qué hacerlo fácil, si podemos hacerlo difícil y con doble firma notariada?”
Entre colegas teníamos una broma nerviosa: «Resolver el problema real es fácil… si logras sobrevivir al bosque encantado de políticas, formatos y elfos autorizadores.»
Spoiler: muchos se pierden en el camino.
¿Para qué tanta política?
- Por miedo.
Si no confías en tu equipo, crearás una política por cada decisión que temes que tomen.
Resultado: cultura de vigilancia, no de confianza. - Por apariencia.
Porque “tener políticas” suena profesional… hasta que nadie puede operar sin pedir permiso para ir al baño. - Por falta de liderazgo.
Cuando no hay criterio, se imprime un PDF y se llama “manual”.
¿Cuál debería ser el verdadero rol de una política?
- Ser una guía, no una camisa de fuerza.
- Ayudar a tomar decisiones, no a evitar responsabilidades.
- Crear claridad, no burocracia.
- Agilizar, no paralizar.
Y si te cuesta soltar, piensa esto:
- ¿Esta política añade valor real o solo controla?
- ¿Está hecha para proteger a la empresa… o a la mediocridad?
- ¿Alguien realmente puede cumplirla sin dejar de trabajar en lo que importa?
Revisa tus políticas como si fueran relaciones personales.
Si ya no te aportan, si te complican más de lo que ayudan, si nadie las respeta…
¿por qué sigues con ellas?
Tal vez lo que tu organización necesita no es otra política…
sino líderes con criterio.