Muchas personas me consultan como si tuviera un talento especial… como si supiera algo que los demás no.
La verdad: no tengo dones ocultos ni habilidades mágicas. Lo que descubrí —a golpes, con frustración y muchas ganas de tirar la toalla— es que puedo avanzar si soy brutalmente disciplinado. Y eso empieza con una elección incómoda, pero necesaria: ¿a qué estás dispuesto a renunciar?
Porque no se trata solo de soñar en grande. Se trata de ajustar tu vida a ese sueño, aunque eso implique incomodarte todos los días.
Mientras muchos siguen la serie de moda, yo escribo las ideas que se me cruzan por la cabeza. No veo televisión. Mientras otros hacen scroll sin fin en redes, yo organizo los apuntes de la semana. ¿Parece extremo? Tal vez. ¿Funciona? Absolutamente.
Lo que he aprendido es que el talento sin método es como tener gasolina sin dirección. Quema rápido y no te lleva a ningún lado.
He conocido personas brillantes, con ideas increíbles, con planes que podrían cambiar el mundo… pero atrapadas en la inercia del “algún día”, porque no están dispuestas a pagar el precio cotidiano de sus sueños.
No hay nada épico en eso. Es simplemente el miedo disfrazado de comodidad.
Lo mismo pasa en lo personal. Todos queremos una mejor salud, pero no queremos renunciar a ciertos alimentos. Queremos aprender cosas nuevas, pero no estamos dispuestos a apagar los dispositivos electrónicos ni a tomar un libro. Queremos resultados extraordinarios con rutinas ordinarias. Y eso, lo siento, no cuadra.
La ecuación sigue siendo brutalmente honesta:
¿Qué sueñas y qué estás dispuesto a dejar de hacer para lograrlo?
Porque cuando eso está claro, crear hábitos no se siente como un castigo. Se convierte en tu método de resistencia.
Una manera de decirle al mundo que lo vas a intentar, aunque no hayas nacido con todas las cartas a favor.
No me tocó el don divino.
Así que me tocó madrugar mientras los talentosos siguen esperando que les llegue la musa.
A falta de dones… disciplina, café amargo y cero excusas.