He aprendido que detrás de cada comportamiento complejo, casi siempre hay una historia no contada.
No es excusa. Es contexto.
Recuerdo trabajar con un vicepresidente brillante, impecable en resultados… pero cuyo equipo renunciaba a la velocidad de la luz. Literalmente.
Los reemplazos duraban lo que una flor cortada: unos días, a veces unas semanas.
¿La razón? Nadie quería trabajar con él.
No porque fuera malo técnicamente, sino porque no confiaba en nadie. Y cuando no confías en tu equipo, ellos lo saben. Lo sienten. Lo viven.
Se convierten en ejecutores de tareas, no en co-creadores de estrategia. Y eso no atrae a nadie que quiera crecer.
Aplicamos todas las recetas del manual corporativo:
📌 Evaluaciones 360.
📌 Retroalimentación estructurada.
📌 Acompañamientos y Coaching.
📌 Advertencias formales.
Nada funcionaba. Íbamos directo a una decisión drástica.
Hasta que un día, en una conversación sin libreto, empezamos a conversar sobre nuestra época de niños. Me habló de una escena con su padre cuando tenía cinco años.
Su padre le pidió que se subiera a un mueble y saltara.
“Yo te recibo”, le dijo.
Pero cuando saltó, su padre dio un paso al costado. Cayó al suelo, se golpeó.
Y su padre le dijo, sin inmutarse:
“Eso es para que no confíes en nadie. Ni siquiera en tu padre.”
Ahí lo entendí.
No justificaba su comportamiento… pero lo explicaba.
Ese día dejé de ver a un jefe difícil y empecé a ver a un niño golpeado, que había crecido con la certeza de que confiar era un error.
Conocer la historia de alguien cambia tu forma de liderarlo. Y también cambia tu forma de juzgarlo.
Los líderes fallamos cuando reducimos el comportamiento de los demás a etiquetas simples:
“Es que es muy inseguro.”
“Ella es conflictiva.”
“Otra vez haciendo lo mismo de siempre…”
La verdad es que la mayoría no actúa por maldad.
Actúa desde lo que aprendió para sobrevivir.
Lo complejo es que esto no se soluciona con una reunión de feedback de 30 minutos.
Implica interés genuino, tiempo invertido, y la valentía de conversar sobre lo que muchas veces no se dice.
También implica revisar nuestras propias heridas:
🧠 ¿A quién estás juzgando hoy sin conocer su historia?
🧠 ¿Qué parte de tu historia personal te impide ver al otro con más compasión?
🧠 ¿Qué harías diferente si supieras por qué esa persona se comporta así?
Al final, así como no elegimos a nuestros padres, tampoco elegimos a nuestros jefes ni a nuestros colegas o incluso a nuestros equipos.
Pero sí podemos elegir desde dónde miramos.
Puedes mirar a tu equipo como ejecutores… o como personas con historias profundas, a veces invisibles, que pueden ser reveladas si sabes cómo abrir la puerta.
Y tal vez, ahí empiece la verdadera transformación.
¿Qué pasaría si dejaras de juzgar tan rápido… y empezaras a escuchar un poco más?